BikoInsights Edición #6
Imagen vectorial con punto curvas y lineas rectas cruzadas
Un artículo de Karlos g. Liberal y Ujué Agudo.

Más allá del ciberespacio

Un repaso de la cultura digital para poder ampliar los horizontes o crearlos nuevos.

Gobiernos del Mundo Industrial, vosotros, cansados gigantes de carne y acero, vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, os pido en el pasado que nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna soberanía sobre el lugar donde nos reunimos. No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo, así que me dirijo a vosotros sin más autoridad que aquella con la que la libertad siempre habla. Declaro el espacio social global que estamos construyendo independiente por naturaleza de las tiranías que estáis buscando imponernos. No tenéis ningún derecho moral a gobernarnos ni poseéis métodos para hacernos cumplir vuestra ley que debamos temer verdaderamente”

Estos son los dos primeros párrafos de “La declaración de Independencia del Ciberespacio” que John Perry Barlow escribió en 1996.

Barlow supo con este manifiesto describir un momento histórico/cultural que se estaba fraguando con la narrativa postpunk propia del momento. La carta de Barlow, con la irreverencia de todo manifiesto, mostró una visión del futuro emocionante repleta de posibilidades: sociales, económicas, políticas. Éramos exploradores/as de un mundo por crear, sin materia aparente, que haríamos realidad con nuestro código; moradores de la nueva frontera llamada Ciberespacio, que William Gibson acuñaría en “Neuromante” y que Barlow sintetizó acertadamente como “el nuevo hogar de la mente”. Internet y la World Wide Web sacudieron nuestro imaginario y nos hicieron comprarnos un traje de cowboy del ciberespacio para explorar territorios inhóspitos, con horizontes repletos de arqueologías virtuales y luces de neón.

Y, aunque la coyuntura económica del momento nos metió de lleno en su visión individualista donde “no hay sociedad, sólo individuos”, la tecnología tenía un aura de posibilidades imparables y de futuro con cierto aire de esperanza. Hasta las distopías cyberpunks de los 80 y 90 creaban asideros a lo que los agarrarse. “Una nueva vida te espera en las colonias del mundo exterior. La oportunidad de comenzar de nuevo en una tierra dorada de oportunidades y aventuras”, se escuchaba en la publicidad de la sofocante ciudad de Los Ángeles 2019 en “Blade Runner” (1982).

Portada del libro postpunk de Simon Reynolds
Postpunk. Romper todo y empezar de nuevo” de Simon Reynolds.
Portada del libro Neuromancer de William GibsonPortada del libro postpunk de Simon Reynolds
“Neuromante” de William Gibson.

Internet y la web se fraguaron poniendo la posibilidad por encima de lo determinante. Desde la visión anarquista de Barlow a la más liberal del capitalismo financiero, el futuro estaba por completar y las tecnologías digitales incorporaban esa esperanza de futuro. Pekka Himanen en “La ética del hacker y el espíritu de la era de la información” (2001) analizó cómo los valores y las prácticas del movimiento hacker podían proporcionar un marco para entender y guiar el desarrollo de la sociedad y la cultura en la era de la información. De alguna forma pensó que se podía trascender de la ética protestante del trabajo a algo diferente, algo más virtuoso. Pero todo se aceleró. Alguien pulsó el botón de avance rápido a finales de los 90.

Ahora acelerados vamos en dirección a un horizonte que, como en “El show de Truman”, es un muro de atrezo. En este presente no hay coches voladores, tampoco autónomos, no tenemos ni ojos, ni brazos biónicos (bueno sí, pero de farmacia); tampoco nos podemos conectar directamente a internet mediante el cable húmedo como en “Matrix”; no hay colonias en el espacio, ni los avances genéticos han creado una clase de humanos superiores. Es como si las mismas promesas del pasado sobre el futuro las estuviéramos pateando hacia adelante cada vez que nos acercamos a ellas, como cuando Truman choca contra el horizonte de cartón piedra y la solución fuera llevar esa pared veinte metros más atrás.

Portada del libro Aceleracionismo de varios autores
Aceleracionismo. (varios autores)
Portada del libro “Mirrorshades” de Bruce Sterlin.Portada del libro Aceleracionismo de varios autores
“Mirrorshades” de Bruce Sterlin.

Los acontecimientos tecnológicos se agolpan unos tras otros, pero el futuro ya no nos emociona; incluso hemos dejado de pensar en él. La aceleración nos aburre. Todo es demasiado efímero, sin trascendencia, sin la energía libidinal que el futuro del pasado nos había prometido. Sin duda esta aceleración ha provocado la transformación digital, aunque con ella parezca que no llegamos a ningún lado; sufrimos una falsa sensación de cambio continuo.

La complejidad que requiere que nuestra vida ahora pase por esas tecnologías digitales y sus interfaces es enorme; y la cantidad de capas de abstracción que hemos ido incorporando para que todo esto funcione es inabarcable. Podemos imaginar cualquier botón de una interfaz digital como si fuera la entrada a la madriguera de la abstracción. Todo botón tiene un propósito y un camino descendente de responsabilidades, de código, de variantes, de transacciones, de flujos, de personas; pero nadie sabe explicar qué hace y cómo funciona.

Y en ese botón, en esa abstracción, vivimos un presente sofocante y aburrido donde la desafección a la tecnología aumenta conforme las promesas tecnológicas no se cumplen.

Hace más de 3 décadas, 10 años antes de la carta de independencia del Ciberespacio, un grupo de escritores de ciencia ficción inauguraron el género cyberpunk: escritores como Pat Cadigan, William Gibson, o su ideólogo Bruce Sterling, dejaron de pensar en el futuro como algo limpio, posibilista y lejano, para escribir sobre un futuro cercano, oscuro y sofocante (nuestro presente). En ese futuro, un anti héroe desgarbado intentaría evitar que las corporaciones tecnológicas determinaran nuestra forma de vivir (la mayoría de las veces con poco éxito).

Con ello, estos escritores pretendían advertirnos: cuidado con “los perversos experimentos sociales que en nuestros libros aventuramos como posibles; cuidado con esos futuros ideados por un investigador aburrido que mantiene el dedo permanentemente apretado en el botón de avance rápido”.

Pero no hicimos caso de su advertencia y aceptamos meternos de lleno y creernos ese relato que no pinta un futuro muy deseable. Precisamente por ello, igual es hora de buscar otros relatos, otras metáforas.

Para esa misma década de los 80, Ursula K. Le Guin ya había imaginado también muchos mundos futuros, que no eran limpios y posibilistas como los de la ciencia ficción clásica, pero tampoco sofocantes y oscuros como los del cyberpunk. Es por esto que sus novelas y su pensamiento se encuentran repletos de cotidianidad, complejidad y humanismo. En ellas, el héroe queda oculto y lo que importa es el relato; un relato estable, continuo, donde la espada del guerrero pasa a ser sustituída por objetos que simbolizan la conexión, el cuidado; objetos que permiten albergar las cosas que queremos proteger.

Recogiendo este contrapropuesta de Ursula, nos preguntamos: ¿cómo sería la tecnología que nos permitiría albergar las cosas que queremos proteger? Probablemente implicaría sustituir la tecnología acelerada que no nos deja claro a dónde vamos por una tecnología que respetara las historias cotidianas, las diferentes visiones del mundo o la necesidad de explicabilidad de la abstracción. Una tecnología de la que conozcamos su intencionalidad desde el principio. Una tecnología que se dirija a sociedades complejas y no individuos aislados. Pero sobre todo una tecnología que nos permita imaginar el futuro.

Portada del libro “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” de Philip K. Dic
“Sueñan los androides con ovejas eléctricas” de Philip K. Dic
Portada del libro “El día antes de la revolución” de Úrsula K. Le Guin.
“El día antes de la revolución” de Úrsula K. Le Guin.
Portada del libro “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” de Philip K. Dic

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